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El Bienestar en la Oficina

El bienestar en la oficina es una tendencia que crece día a día. Dado que la gente es el principal activo de las empresas y que los gastos de personal representan alrededor del 90% de los costos operativos, la necesidad de contar con una fuerza de trabajo saludable resulta ineludible. El entorno construido cuenta con un enorme potencial para promover activamente el bienestar. La clave para lograrlo es comprender cuáles son las verdaderas necesidades de las personas y cuáles las condiciones que favorecen el desarrollo de todo su potencial.

Desde la aparición de los primeros hombres sobre la Tierra millones de años atrás, el desarrollo humano fue progresando de manera gradual y lineal. Pero hace alrededor de 200 años, la Revolución Industrial comenzó a transformar los modelos productivos y la curva comenzó a acelerarse.

Impulsadas por una serie de factores (el explosivo desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación, la globalización, los cambios demográficos, etc.), tanto las formas de trabajar como el el espacio de trabajo comenzaron a experimentar importantes transformaciones. Hoy, en el siglo XXI, las personas ya no somos máquinas dentro de un gran engranaje productivo; somos los actores de la nueva economía del conocimiento.

Este cambio plantea un nuevo paradigma. Dado que hoy el trabajo se vincula más con la capacidad de las personas para la creatividad y la innovación, el concepto de bienestar ha comenzado a cobrar una enorme importancia y a transformarse en una tendencia cada vez más extendida: un empleado más saludable es un empleado más feliz y también más productivo.

Es por esto que las empresas se están interesando en adoptar y promover estrategias que promueven el bienestar para sus colaboradores; no solo ayudan a reducir los costos relacionados con la atención médica y los días de ausentismo por enfermedad sino que también mejoran el compromiso, la productividad y la retención de los empleados.

QUÉ ES EL BIENESTAR

El bienestar es un concepto elusivo. Podemos decir que forma parte de las definiciones de felicidad y de salud pero, ¿en qué consiste realmente? Lo que sabemos con seguridad es que se caracteriza por ser un concepto multidimensional que varía según el individuo y la cultura.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el bienestar existe en dos dimensiones (una subjetiva y otra objetiva) que comprenden tanto la experiencia individual como las normas y los valores sociales vigentes. Esto abarcaría tanto la salud física y mental, el trabajo, las relaciones sociales, los entornos construido y natural, la seguridad, el compromiso y el equilibrio entre trabajo y vida personal, como el estado psicológico y afectivo del individuo. Según esta visión, el bienestar se encontraría en la intersección entre la realidad física, psicológica y social de las personas, en equilibrio con todos los agentes que intervienen en la vida.

Según afirma el neurocientífico Antonio Damasio, los mecanismos de regulación de la vida no apuntan a un estado de equilibrio neutro sino que sus esfuerzos están dirigidos a proporcionar un estado vital mejor que neutro, al que habitualmente identificamos como “bienestar”. El intento sostenido por alcanzar ese estado (tanto en el plano fisiológico como en el psicosocial y el ambiental) es una parte profunda y determinante de nuestra existencia.

Pero este equilibrio entre el individuo y su entorno es un fenómeno dinámico. Actualmente, tanto el ambiente físico como el social están en continuo cambio y el hombre –actor fundamental de estas transformaciones– se ha convertido en la principal causa de los problemas que padece. A diferencia de lo que ocurría en los albores del Homo sapiens, ya no se trata de adaptarnos al ambiente sino de intervenir el propio ambiente para alcanzar un mayor grado de bienestar.

 

FACTORES QUE INFLUYEN EN LA PERCEPCIÓN DE BIENESTAR
Herencia y personalidad. A nivel individual, algunas características de personalidad tales como el optimismo, la extroversión y la autoestima pueden influir en la percepción de bienestar.

Edad y género. En general, hombres y mujeres tienen niveles similares de bienestar pero este patrón cambia con la edad en una distribución con forma de U: los adultos jóvenes y los mayores tienden a sentir más bienestar en comparación con los de mediana edad.

Ingresos y trabajo. La relación entre el ingreso y el bienestar es compleja. El empleo remunerado es fundamental para sentirse satisfecho no solamente porque representa una fuente de recursos económicos sino también porque dota de significado y sentido de propósito a la vida de muchas personas. Algunos estudios indican que, contrariamente a lo que podría pensarse, no parece existir una relación directa entre el salario y el bienestar. Una vez cubiertas las necesidades básicas, otros factores parecen ser más importantes para que la experiencia laboral cobre un significado positivo.

El desempleo afecta negativamente el bienestar, tanto a corto como a largo plazo.

Fuente: U.S. CENTER FOR DISEASE CONTROL AND PREVENTION (2018): “Well-Being Concepts”.

 

LA PERSPECTIVA BIOLÓGICA

Para comprender cuáles son las necesidades humanas de bienestar desde una perspectiva más amplia, es esencial tener en cuenta nuestra historia biológica.

Según el biólogo Stephen Boyden, investigador de la Universidad de Cambridge y del Instituto Pasteur, la especie humana evolucionó en un entorno muy diferente a las condiciones urbanas modernas, y fue este ambiente evolutivo primitivo el que determinó, a través de la selección natural, las características innatas de la especie. Las condiciones de este entorno habrían favorecido unos procesos mentales y fisiológicos adecuados para asegurar la supervivencia y una reproducción exitosa. Pero, aunque hoy en día los seres humanos no dependemos de este entorno para la supervivencia,  estas características representan un objetivo muy deseable en términos de bienestar.

Boyden afirma que cuando las condiciones de vida se desvían de las que prevalecían en el entorno en el que evolucionó el Homo sapiens, hay probabilidades de que el individuo esté menos adaptado a la nueva situación y presente un “desajuste filogenético”. Esto permite sospechar que cualquier desviación de las condiciones primitivas de vida podría ser la causa de un trastorno fisiológico o de comportamiento.

Boyden también distingue entre “necesidades de supervivencia” y “necesidades de bienestar”. Las necesidades de supervivencia se relacionan con aspectos del entorno que afectan directamente a la salud humana en términos fisiológicos, tales como la calidad del aire y el agua, la ausencia de toxinas y la oportunidad de descansar y dormir. Las necesidades de bienestar, por otro lado, están relacionadas con la calidad de vida y la salud psicológica. Cuando no es posible satisfacer las necesidades de supervivencia se puede llegar a una enfermedad grave o, incluso, a la muerte; la falta de satisfacción de las necesidades de bienestar produce inadaptación psicosocial y enfermedades relacionadas con el estrés.

La rapidez con la que han sucedido los cambios ambientales en relación con la escala evolutiva del hombre, ha llevado a un desajuste entre sus necesidades biológicas y su estilo de vida que sería el responsable de enfermedades tales como la obesidad, algunas dolencias cardiovasculares, las alergias, algunas formas de depresión, el estrés crónico, etc. El desajuste filogenético afecta cada vez más a los humanos modernos.

Por otra parte, el biólogo evolucionista Edward O. Wilson coincide con esta perspectiva. En 1984 elaboró la hipótesis de la biofilia y la definió como un sentido innato de conexión con la naturaleza, esencial para especies como la nuestra cuya supervivencia depende de su relación con el ambiente. Esta tendencia comprende un conjunto de instintos básicos que estaría enraizado en nuestra biología y cuyo desarrollo se vio favorecido para facilitar la relación con el entorno en una era en que la interacción entre los humanos y el mundo natural era directa y frecuente.

Wilson también plantea que los seres humanos nos adecuamos a un principio básico de la evolución de los seres vivos: todas las especies prefieren el ambiente en el que sus genes fueron ensamblados y gravitan hacia él. Este proceso se denomina “selección de hábitat” y explicaría por qué, en el caso de los seres humanos, cuando hablamos de contacto con la naturaleza nuestras preferencias se acomodan mejor al paisaje de la sabana, el ambiente donde aparecieron los primeros homínidos hace más de 2 millones de años.

En consecuencia, para promover la salud y el bienestar de las personas, las condiciones prevalecientes en su entorno deberán estar en sintonía con las necesidades de salud física y psicosocial determinadas biológicamente por nuestra especie.

 

NECESIDADES UNIVERSALES DE LA ESPECIE HUMANA
NECESIDADES FÍSICAS

·     Aire y agua limpios, sin contaminantes.

·     Dieta natural.

·     Protección contra climas extremos (temperatura, humedad).

·     Niveles de ruido dentro del rango natural.

·     Un patrón de ejercicio físico que incluya períodos cortos de trabajo muscular vigoroso y períodos más largos de trabajo muscular medio y variado.

 

NECESIDADES PSICOSOCIALES

·     Redes de apoyo emocional, para el cuidado mutuo y para el intercambio de información sobre asuntos de interés y preocupación.

·     Experiencia de convivencia.

·     Oportunidades para la interacción cooperativa de grupos pequeños.

·     Niveles de estimulación sensorial compatibles con los del hábitat natural.

·     Oportunidades para las actividades creativas, para practicar habilidades manuales, para la participación en actividades recreativas y para la expresión espontánea.

·     Variedad en la experiencia cotidiana.

·     Ciclos cortos de objetivos y aspiraciones que probablemente se cumplan.

·     Un entorno y estilo de vida que propicien un sentido de participación personal, propósito, pertenencia, responsabilidad, desafío, camaradería y amor.

·     Un entorno y estilo de vida que eviten la alienación, la anomia, el aburrimiento, la soledad o la frustración crónica.

 

Fuente: BOYDEN, S. (2016): “The Bionarrative. The Story of Life and Hope for the Future”. The Australian National University.

 

LOS FACTORES DE BIENESTAR EN LA OFICINA

No existen los espacios neutrales. Los lugares que creamos pueden promover el bienestar pero también son capaces de deteriorar nuestro desenvolvimiento. Y dado que desde hace 200 años pasamos aproximadamente el 90% de nuestro tiempo en espacios interiores, resultan de trascendental importancia las características de los entornos donde vivimos, estudiamos y trabajamos.

En las últimas décadas comenzaron a gestarse importantes transformaciones tanto en las formas de trabajar como en el espacio de trabajo. La rapidez con la que han sucedido estos cambios ha llevado a un desajuste entre las necesidades de las personas y su estilo de vida. No es de sorprender, entonces, que entre las características que parecen representar mejor a la oficina moderna predominen los trastornos derivados del estrés y de la inactividad física, fenómenos ocasionados por un diseño que distanció al ser humano de la naturaleza como logro del progreso.

Estudios de diversos campos sugieren que, a través de la implementación de una amplia gama de estrategias de diseño que promueven conductas y elecciones saludables, se puede mejorar el bienestar de las personas. Estas intervenciones suelen abordar condiciones tales como el confort acústico y térmico, la calidad del aire interior, la biofilia, la densidad de ocupación, la ergonomía, la disposición de la iluminación, la calidad del agua, la alimentación saludable, la promoción de la actividad física, etc. Los resultados de estas intervenciones sugieren que no solo tienen el potencial de mejorar la salud de los empleados sino que también mejoran el rendimiento del negocio mediante el aumento de la productividad y la reducción del ausentismo.

Al mismo tiempo existen factores moduladores de la experiencia de bienestar que Stephen Boyden denomina “estresores” y “mejoradores”. Los estresores son experiencias que causan ansiedad y que, si son excesivas y persistentes, pueden interferir negativamente. Las experiencias que tienen el efecto contrario y que dan lugar a una sensación de disfrute (los mejoradores) incluyen la creatividad, la diversión, el placer estético y el cultivo de las relaciones personales.

Los estudios sobre habitabilidad en entornos de gran exigencia revelan además que el diseño del ambiente de trabajo también debe dar soporte a las necesidades emocionales más profundas. La privacidad, el respeto por el espacio personal, la riqueza perceptiva y la variedad de estímulos ofrecida, entre otros, son requisitos que se deben satisfacer para que la gente se sienta bien. También es necesario incentivar a las personas y conectarlas con tareas que las hagan sentir pasión y compromiso dentro de una cultura organizacional que favorezca el desarrollo de todo su potencial.

LA IMPORTANCIA DEL BIENESTAR

A pesar de que el entorno artificial en el que nos movemos hoy en día nos parece absolutamente normal, lo cierto es que trabajar durante 8 horas sentado en un escritorio no es algo natural para el ser humano. La evolución no nos preparó para esto. Nuestra biología –adaptada a las condiciones del paleolítico– no ha podido adecuarse a estos cambios.

Está claro que el espacio de trabajo del siglo XXI está lejos de parecerse al escenario natural donde se desarrolló la mayor parte de la vida humana: pasamos una gran cantidad de horas lejos de la naturaleza y sus ciclos reguladores, sentados frente a la computadora, con luz artificial y respirando el aire proveniente del sistema de ventilación. Como resultado, han comenzado a aparecer ciertas patologías relacionadas con el estrés y la inactividad física. Por eso, el desafío de la era posindustrial es proponer un diseño del espacio de trabajo que revalorice las necesidades biológicas que parecen haberse olvidado en los últimos años de evolución tecnológica.

Y cuando consideramos que las personas son el motor que sostiene el desarrollo y el crecimiento de las empresas, y que los gastos de personal representan alrededor del 90% de los costos de operación de una organización, se hace evidente la importancia que adquieren todas aquellas acciones destinadas a mejorar el bienestar de la gente y, por ende, su productividad y el rendimiento de la compañía.

El diseño del espacio de trabajo representa una herramienta poderosa para alcanzar estos objetivos. Unas condiciones laborales pobres, tanto en el ambiente físico como psicosocial, tienen un impacto negativo que se puede extender más allá del bienestar de los propios trabajadores, impactando sobre el resultado de las propias organizaciones.

Un ambiente de trabajo centrado en el bienestar de las personas debe incluir características capaces de satisfacer las necesidades del Homo sapiens que aún somos, ayudando a las personas a sentirse cómodas en los lugares donde trabajan, más saludables, sin estrés, y en contacto con su propia naturaleza.

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Referencias:

BOYDEN, S. (1973): “Evolution and Health”. The Ecologist.

BOYDEN, S. (2016): “The Bionarrative. The Story of Life and Hope for the Future”. The Australian National University.

DAMASIO, A. (2007): “En busca de Spinoza”.

GAVIDIA, V. y TALAVERA, M. (2012): “La construcción del concepto de salud”.

HEERWAGEN, J. (1998): “Design, Productivity and Well Being: What are the Links?”.

TIMM, S. et al. (2018): “Designing for Health: How the Physical Environment Plays a Role in Workplace Wellness”. American Journal of Health Promotion.

U.S. CENTER FOR DISEASE CONTROL AND PREVENTION (2018): “Well-Being Concepts”.

UK DEPARTMENT OF HEALTH  (2013): “The Relationship Between Wellbeing and Health”.

WILSON, E.O. (1986): “Biophilia”.

WILSON, E.O. (2015): “Consilience: la unidad del conocimiento”.

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TIMM, S. et al. (2018): “Designing for Health: How the Physical Environment Plays a Role in Workplace Wellness”. American Journal of Health Promotion.

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