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La antropología del espacio

Decía Le Corbusier que “apropiarse del espacio es el primer gesto de los seres vivos, de los hombres y de las bestias, de las plantas y de las nubes, una manifestación fundamental de equilibrio y de vida. La primera prueba de la existencia consiste en habitar el espacio[1].

Sin embargo, no hay un órgano sensorial especializado para la percepción del espacio por lo que su representación interna es una operación cognitiva compleja; requiere que el cerebro realice una integración a gran escala de la información proveniente de distintas modalidades sensoriales[2]. Con estos elementos construimos un mapa interno cuya naturaleza mayormente compartimos todos los seres humanos, aunque con algunas particularidades determinadas por factores de índole biográfica, personal y psicológica.

A través de nuestras acciones transformamos el espacio y dejamos en él una huella cargada de simbolismo. Pero, al mismo tiempo, incorporamos el propio entorno dentro de nuestros procesos cognitivos y afectivos en un proceso de doble vía. Esto implica que el espacio no es neutro, sino que tiene un significado alegórico que se nutre de la experiencia y la cultura de quienes lo habitamos.

La antropología del espacio es la disciplina que estudia las diversas formas en que los grupos humanos comprendemos y hacemos nuestro el espacio que ocupamos, junto con el impacto que éste tiene sobre nuestra vida.

En la oficina, la forma en la que percibimos el entorno está conformada por una compleja trama de momentos, interacciones y experiencias que se extiende más allá del espacio físico y del horario laboral. Algunos estudios[3] avalan el hecho de que tanto el espacio de trabajo como la ubicación y los objetos que lo conforman son fundamentales para la experiencia personal, social y cultural de los trabajadores dentro de la empresa. Pero, al mismo tiempo, el trabajador no es un actor pasivo dentro del espacio; su misma actividad se transforma en acciones y comportamientos que también tendrán un efecto sobre el entorno.

Para que un espacio cobre significado y se convierta en ‘lugar’, las personas necesitan interactuar con él y hacerlo propio a través de la experiencia.

Espacio y lugar

El ‘espacio’ se puede definir mediante un abordaje científico y objetivo (geométrico y mensurable) mientras que el ‘lugar’ –el espacio existencial– se explica en virtud del significado personal y cultural de las experiencias relacionadas con un sitio específico.

La interpretación del espacio que surge de la investigación antropológica se basa en el estudio de las personas in situ, considerando su relación con el entorno de manera holística, como un sistema de vínculos interdependientes. Así, el espacio es visto como el resultado de la acción social: de las prácticas, relaciones, experiencias, conversaciones, recuerdos, sentimientos, acciones y escenas que allí se desarrollan y que le transmiten significados particulares. Y, a su vez, el propio espacio es parte de todas estas instancias.

De acuerdo con Henri Lefebvre, ‘el espacio nunca está vacío: siempre encarna un significado’[4]. La construcción social del espacio implica su transformación a través de las experiencias y las interacciones que allí se desarrollan. La apropiación del espacio a través de estas conexiones es la que da origen a los ‘lugares’.

De acuerdo con la definición de Marc Augé[5], ‘un lugar es un espacio dentro del cual pueden leerse algunos elementos de las identidades individuales y colectivas, de las relaciones entre los unos y los otros y de la historia que comparten’. Pero, con la llegada del Movimiento Moderno, a mediados del siglo XX, se inicia el camino hacia cierta indiferencia por el entorno contextual y simbólico. Y, aunque apegada en un principio a la antropometría y la funcionalidad, la tendencia fue dando paso al espacio de la hipermodernidad carente de identidad y simbolismo: el ‘no lugar’ de Marc Augé; espacios vacíos de significado antropológico por los que no se siente apego.

Vale la pena considerar este concepto en el diseño del lugar de trabajo ya que las nuevas tendencias que impulsan la no territorialidad, los escritorios compartidos, los espacios abiertos, la transparencia excesiva y la sensación de ‘estar de paso’ pueden despersonalizar y alienar a los colaboradores en lugar de apoyar la colaboración, la comunidad y el conocimiento compartido.

No hay que perder de vista que son las personas las que con su impronta, sus vínculos sociales y el patrón de sus movimientos cotidianos dotan de significado al espacio y producen un lugar y un paisaje que sienten que les pertenece.

‘Los ámbitos más innovadores requieren de presencia y de compartir mucha información que se genera a partir de la interacción.’ Santiago Fernández Escobar, Especialista en Comportamiento Humano y Liderazgo | Fundador y CEO de Acros Training.

La vida social de los espacios

En línea con esta visión antropológica –que argumenta que los espacios se transforman en lugares en virtud del uso que hacemos de ellos– el urbanista y sociólogo estadounidense William H. Whyte comenzó, a mediados de los 70, una investigación empírica sobre el uso del espacio público en la ciudad de Nueva York (parques, plazas y otros lugares de uso social) tratando de establecer por qué algunos funcionan bien para las personas y otros no.

Los resultados de esta investigación, que se publicaron varios años después[6], ofrecen una gran cantidad de pistas sobre cuáles son los factores clave que hacen que las personas se sientan a gusto en un lugar. Es interesante señalar que muchos de los hallazgos de Whyte para los espacios urbanos también aplican al diseño del espacio de trabajo, incluso 40 años después. Estos son algunos de ellos:

Comportamiento. Lo que más atrae a la gente, al parecer, son las otras personas. Además, un buen espacio estimula la adopción de nuevos hábitos (almuerzos al aire libre, caminatas) y proporciona nuevos recorridos y lugares para hacer una pausa.

Sitios para sentarse. Es uno de los principales factores para el éxito del espacio. Los asientos deben diseñarse para que la gente se sienta cómoda, no como objetos arquitectónicos. Si las dimensiones son adecuadas, las personas también se sentarán en escalones, salientes, repisas, mesas, etc. Las superficies planas pueden cumplir una doble función: como mesas o asientos.

Además de ser físicamente cómodos, los lugares para sentarse deben ser socialmente cómodos, lo cual significa poder elegir: sentarse al frente, atrás, a un lado, al sol, a la sombra, en grupos o solo. La elección debe integrarse en el diseño básico. Whyte aboga por el uso de sillas móviles ya que brindan opciones más flexibles.

Los elementos naturales. Los diferentes niveles de sol y sombra junto con la presencia de viento, vegetación y agua son importantes para el éxito de los espacios, especialmente si son exteriores.

Servicios complementarios. Los espacios más exitosos proporcionan comida, café y bebidas. La combinación básica es: bares más sillas y mesas. Este tipo de oferta representa un punto de atracción importante debido al movimiento y el flujo de personas que produce. Y otro tanto sucede con la presencia de baños públicos, que deben ser de género neutro y acceso universal para involucrar a la mayor cantidad de gente posible.

→ Recorridos. El recorrido de un espacio mejora enormemente si hay algo sucediendo dentro de él. Dado que los lugares que la gente prefiere para conversar se sitúan en medio del flujo de personas, se recomiendan las circulaciones de dimensiones generosas.

→ Visibilidad. Un buen espacio debe ser visible para poder ser usado. Las conexiones deben ser fáciles y atractivas.

Triangulación. Se trata de un efecto que consiste en la inclusión dentro del espacio de algún estímulo capaz de brindarles a las personas una excusa para relacionarse. Puede ser un objeto físico o una vista pero, según Whyte, la escultura es la que tiene mejores resultados.

En síntesis, la forma en que las personas usan el espacio es un claro reflejo de sus expectativas. La relación que generan con su entorno, la construcción de sus lugares preferidos y la identificación con ese contexto están marcadas por un proceso que se retroalimenta constantemente.

Este abordaje puede resultar muy útil a la hora de darle sentido y materialidad a las necesidades y expectativas de la fuerza laboral y es una mirada que, sin duda, debemos incorporar a la hora de diseñar un lugar de trabajo efectivo.

  • [1]       JEANNERET, C. E. (1946): “El espacio inefable”. L’Architecture d’Aujourd’hui.
  • [2]       KANDEL, E. R.  (2007): “En busca  de la memoria”.
  • [3]       RAFAELI, A. & WORLINE, M. (1999): “Symbols in Organizational Culture“.
  • [4]       LEFEBVRE, H. (1974): “La producción del espacio”.
  • [5]       AUGÉ, M. (1998): “Lugares y no lugares de la ciudad”.
  • [6]       WHYTE, W. (1980): “The Social Life of Small Urban Spaces”.
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